
¿Alguna vez has experimentado esa extraña sensación en la que, sin percatarte de ello, sin haberlo querido, te encuentras sintiendo empatía por el villano?
Últimamente, esta sensación resuena mucho en mi cabeza, desde que he comenzado a leer la saga de Warhammer 40K. En ella, no existen los personajes buenos ni malos. Solo existen PERSONAJES (sí, con mayúscula), cuál de ellos más intrigante.
Todos los personajes de la saga están muy bien desarrollados y poseen un gran trasfondo, lo cual nos permite vislumbrar múltiples puntos de vista con respecto a un mismo problema y, de esta manera, llegamos a conocer a la perfección el mundo que sus escritores han diseñado para nosotros.
En este punto, debo aclarar que la saga puede permitirse el desarrollo de cada uno de los personajes, porque fue creada como una historia infinita (ya van más de 40 novelas publicadas desde la publicación de la primera en 2006), la cual es retroalimentada por cada uno de los escritores que ha hecho su pasaje por la franquicia de Warhammer, el buque insignia de la compañía «Games Workshop», especializada desde hace décadas en el desarrollo de juegos de mesa y videojuegos.
Tras este paréntesis, me parece de vital importancia señalar que, el hecho de que, por así decirlo, no existan personajes «ni buenos ni malos» en dicha saga, no implica que no podamos encontrar villanos en ella. Simplemente, los personajes que, a todas luces, todos podemos identificar como «los buenos», son muchas veces tan asesinos y despiadados como aquellos que consideramos los «villanos» de la obra. La diferencia radica en que los primeros poseen un corazón algo más cálido y saben reconocer cuándo se han equivocado.
Seguramente a estas alturas deben estar preguntándose, ¿a dónde vas con todo esto? Bueno, la respuesta es sencilla: quiero esbozar mi convicción de que los escritores haríamos bien en desarrollar villanos a la altura de la historia que nos proponemos a contar. Un villano panfleto cuyo deseo último es dominar el mundo o derrotar al protagonista será un villano que pasará sin pena ni gloria por la memoria de nuestros lectores.
Un verdadero villano debe tener muchas capas y debería hacernos reflexionar sobre el lugar que el protagonista ocupa en nuestra historia. A modo de ejemplo, Horus Lupercal, el «Dios viviente» de la saga de Warhammer 40K, presenta una complejidad tan enorme y acarrea un trasfondo tan oscuro a la vez que luminoso, habiendo ganado numerosas y sangrientas guerras y habiendo sido elegido como el «favorito» del Emperador que, a medida que le conocemos, nos damos cuenta que el desenlace de su historia no podría haber sido diferente.
Jamás podría haber sido el hombre virtuoso y digno hijo del Emperador de Terra que todos esperaban que fuese. Su ambición, su resentimiento por unos hermanos a quienes consideran superiores, su incredulidad ante la elección del propio emperador a él mismo como el favorito, su descreimiento en la causa que se le fue encomendada —por no haber podido unir a su ejército en los momentos más difíciles—, empedraron el camino para que el desenlace le llevase a experimentar los torbellinos de la locura y ansiase la libertad del cargo que se le había encomendado.
Sin duda, tras leer estas palabras, te has interesado y mucho por conocer quién es Horus Lupercal y saber a qué me refiero de primera mano. Esto es así porque Horus es un personaje con muchas capas, cuya caída tiene una explicación clara y contundente.
Por otra parte, el hecho de configurar un excelente villano no resulta para nada en detrimento de los protagonistas sino todo lo contrario. El villano se transforma, en primera instancia, en la brújula que el protagonista debe contrariar; ese camino que no debe recorrer.
En segunda instancia, el protagonista, en esta saga primeramente encarnado por el paladín del Emperador y la verdad, Garviel Loken, deberá enfrentarse a un enemigo el cual no es un mero antagonista, sino que está llamado a cumplir un destino que, de manifestarse, cambiará para siempre el mundo conocido.
Este segundo punto me parece vital para una buena historia. No alcanza con decir que las cosas estarían muy mal si el villano ganara. Debemos darle la oportunidad de que lo haga; de que el lector experimente de primera mano la miseria que trajo su victoria y lo diferente que las cosas podrían haber sido.
Viene a colación, por ejemplo, la muerte de Robb Stark en la infame «Boda Roja». Esa clase de momentos que marcan un antes y un después en la historia y le hacen saber a los lectores que las cosas van en serio y que no se está jugando a policías y ladrones.
Por todo lo dicho anteriormente, me parece vital remarcar la necesidad que tenemos hoy en día de crear verdaderos antagonistas; villanos que nos hagan erizar todos los vellos de nuestra piel cuando los leemos y no solamente aquellos que pasen sin pena ni gloria para llenar el vacío de antagonista cual cómic de mediados de siglo XX.
Los villanos deben hacernos reflexionar, sufrir, llorar, y, ante todo, deberían saber a humanos.
Acabemos con el villano panfleto y comencemos una nueva era en la cual, quizás, se nos haga más difícil elegir el camino correcto.
Nuestros lectores lo agradecerán.
Con esto, doy punto final a mi reflexión.
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Nicolás Manfredi.