Avance de mi libro

El hombre encerrado

Parte I

La habitación era oscura. Una tímida luz atravesaba una pequeña grieta en uno de los bloques de piedra. El hombre no la veía, pero imaginaba que seguía allí. Se encontraba colgado boca abajo de una gruesa cadena de hierro, desnudo, pies y manos atadas y una mordaza cruzada en la boca. Una tela negra le cubría los ojos, apretándole el cráneo con fuerza.

No tenía idea cuanto tiempo había pasado: horas, días, era imposible saberlo. Entre sueños había visto a una mujer de pelo negro y ojos color jade, llamándole, diciéndole que parara. No podía parar, aun no. Se despertó sobresaltado.

Lo primero que escuchó fueron los pasos. Toc. Toc. Toc. Pisadas toscas y sonoras que delataban un hombre gordo. Con él venía un agudo tintineo, como de un manojo de llaves. Era el carcelero. Movió la cabeza hacia ambos costados, tratando de escuchar algo más.

Por la intensidad de sus pisadas, pensó que ya habría atravesado la mitad del pasillo. Más, más y más cerca. Ya no había duda: el carcelero se dirigía hacia su celda.

Repentinamente, los pasos se detuvieron. Escuchó una vieja cancioncilla de burdel y el rechinar de una pesada barra de hierro. Sin previo aviso, el cuerpo del hombre colgado comenzó a aflojarse. Lo último que escuchó fue el lejano tintineo de unas llaves chocando contra el metal. Tras un breve lapso, los abismos de su conciencia lo consumieron y ya no sintió nada más.

El carcelero había comenzado la larga procesión hasta la última celda del pasillo. Ocho habitaciones idénticas, puertas de madera y una rendija corrediza que anunciaba la comida. La novena puerta era de madera reforzada con hierro y contaba con un grueso pasador en el centro.

La antorcha que llevaba alumbraba las puertas y paredes, formando extrañas sombras que danzaban a un ritmo desigual. Una vez ante la puerta, tras apoyar la antorcha en la pared, el carcelero comenzó el penoso trabajo de correr el pasador de hierro macizo. Una cancioncilla de burdel comenzó a brotar de sus labios, encendiendo su pecho. Acabada la empresa, colocó la llave con brutalidad de ogro y entró en la celda.

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